martes, 30 de marzo de 2010

Aprender a hablar otro idioma no es muy distinto de aprender a montar en bici.



Jamal tiene seis años y no tiene bicicleta. Por las noches, cuando la llamada del muyahidín resuena en las callejas del zoco, sueña con conducir una flamante bici nueva esquivando obstáculos camino de la tienda de su abuelo. En sus sueños ha aprendido a derrapar y su padre le ha construido un pequeño carrito para llevar cosas de un lado a otro y ganarse unos dírhams para comprar nueces y chocolate. A Jamal le encanta el chocolate.

Ninguno de los niños con los que juega Jamal tiene bicicleta propia. Su tío Mohamed, que tiene un pequeño taller a las afueras, se ha ofrecido para enseñarle el mecanismo de una bicicleta y le ha hecho un estupendo dibujo, que Jamal ha colgado en el salón, cerquita del suelo para verlo antes de quedarse dormido. Ahora Jamal sabe cómo los pedales transmiten la fuerza a las ruedas, cómo funciona el freno y en qué consisten los cambios. Pero no sabe montar en bicicleta.

Quizá si el hijo mayor de su vecina le prestase la bici un ratito podría aprender. Su primo Ibrahím aprendió así. Claro que Ibrahím no sabe derrapar, y las pocas veces que el vecino le presta la bici, el manillar le tiembla como el rabo de una lagartija que quisiera escapar y parece que en cualquier momento se va a estampar contra un puesto y organizar un buen estropicio. A Jamal le gustaría manejar la bicicleta como lo hace el recadero del zapatero, nunca lo ha visto caerse, conduce hasta sin manos y asusta a las chicas apartándose en el último momento sin rozarles un pelo.

Aprender a hablar otro idioma no es muy distinto de aprender a montar en bici. Nadie se hace bilingüe exclusivamente a base de clases de gramática, igual que Jamal no va a aprender a andar en bici a base de las explicaciones de su tío ni tampoco a base de fijarse mucho en cómo lo hace el recadero del zapatero. Aprender sobre un idioma por supuesto que puede ayudar a un mejor conocimiento del funcionamiento de esa lengua que conduzca a un uso más apropiado, pero nunca sustituirá a subirnos al sillín y caernos por haber inclinado demasiado el cuerpo o por no haber continuado pedaleando. Como muchas otras habilidades, la del uso de una lengua se aprende a base de ensayo y error. Así, por mucho que nuestro bebé vea los dibujos animados en inglés, tampoco así (sólo así) vamos a conseguir que hable correctamente inglés. Usar correctamente un idioma es una habilidad que sólo podemos adquirir de una manera activa, igual que montar en bici. Y como tantas otras habilidades, su desarrollo responde a una fórmula cuyas variables son la motivación, la aptitud y la oportunidad. Jamal está muy motivado, pero sin oportunidad no verá cumplido su sueño. Supongamos que tiene la oportunidad, que el vecino le presta la bici alguna que otra vez, entonces podremos comprobar qué tal es el equilibrio de Jamal y si tiene fuerza en las piernas… y podría suceder que tardara varios días más que su primo por alguna razón que no es la falta de motivación, sino que “se le da un poquito peor”.

De todos modos, la máxima expresión de la oportunidad es la necesidad. Si Jamal viviese en una aldea del Rif y tuviese que ir en la bici de su padre a la escuela todos los días, ¿alguien duda de que aprendería a montar?


http://www.bilingualreaders.es/

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